Extraido y editado de la crítica de Nina la Pazza, de la producción del Met 2010
Hamlet………………Simon Keenlyside
Ophélie……………..Marlis Petersen
Claudius…………….James Morris
Gertrude…………….Jennifer Larmore
Laerte………………Toby Spence
Polonius…………….Maxim Mikhailov
Horatio……………..Liam Bonner
Marcellus……………Matthew Plenk
Ghost……………….David Pittsinger
Gravedigger………….Richard Bernstein
Gravedigger………….Mark Schowalter
Player King………….Peter Richards
Player Queen…………Joshua Wynter
Player Villain……….Christian Rozakis
Conductor……………Louis Langrée
Cuando Hamlet, la ópera de Ambroise Thomas se estrenó en Inglaterra los críticos británicos se echaron las manos a la cabeza y sentenciaron la adaptación con una frase à la Berkenfield –permítase el símil operístico–, afirmando que sólo un bárbaro o un francés habría convertido la tragedia de Hamlet en una obra burlesca. Una de las herejías achacadas era que Hamlet sobreviviera para convertirse en rey, si bien es cierto que Thomas escribió un final alternativo para el Covent Garden, en el que Hamlet moría como mandan los cánones. Era un poco injusto echarle la culpa a Thomas o a sus libretistas de apartarse tanto del original. Al fin y al cabo, su fuente no era la tragedia de Shakespeare, sino un drama de Alejandro Dumas que adaptaba aquélla y que era muy popular en Francia en la época en la que Thomas estrenó su ópera.
El príncipe de Dinamarca ya había sido objeto de otras adaptaciones operísticas. Sin remontarnos demasiado en el tiempo, nos encontramos con las óperas de Saverio Mercadante y Franco Faccio. El Amleto del compositor de Altamura se estrenó en la Scala en 1822, con libreto de Felice Romani. Confiaba el papel de Hamlet a una mezzosoprano e introducía cambios que habrían provocado que los críticos británicos bendijeran los nombres de Carré y Barbier. Por ejemplo, Ofelia, rebautizada Amelia, ni se volvía loca ni moría al final. En cuanto al Amleto de Franco Faccio, con libreto de Arrigo Boito, se estrenó en Génova en 1865. Después de una revisión de la partitura, la ópera se representó en la Scala, saldándose con un fracaso de tal magnitud que su compositor decidió dedicarse plenamente a la dirección de orquesta.
La readaptación de las tragedias shakespearianas constituía toda una tradición en Francia. Durante mucho tiempo las obras del Bardo no eran bien recibidas en el país vecino, de modo que siempre hubo autores que se dedicaron a amoldarlas a los gustos del público francés. Uno de los pioneros en este sentido había sido Jean-François Ducis, autor – podríamos llamarlo así, ya que aparte del título, parece que poco tenía que ver con el original- de un Hamlet que data de 1769. Dumas siguió la costumbre, y aunque se ajustó un poco más al original, no se privó de añadir escenas por su cuenta y de, como había hecho Ducis, dejar vivo al príncipe. Sobre este material trabajaron Jules Barbier y Michel Carré, simplificando la trama y reduciendo el número de personajes. Se centraron más en la relación de Hamlet y Ofelia, a cuya escena de locura se consagró lo que originalmente era la primera escena del Acto IV. Las convenciones de la Opéra -la obligatoriedad de los dichosos cinco actos con ballet – obligaron a dividir el acto en dos distintos, con un ballet intercalado entre la fiesta campesina y la escena de Ofelia.
Aparte de esa convención a la que todos los compositores que estrenaban en la Opéra debían someterse, Thomas se vio obligado a transponer la partitura para barítono. El papel de Hamlet había sido en origen escrito para un tenor, pero la imposibilidad de encontrar a alguno que se adaptara el papel recurrió a un barítono, Jean Baptiste Faure, que obtuvo un gran éxito. La primera Ophélie fue la sueca Christine Nilsson, que había debutado cuatro años antes con La Traviata y que era la soprano del momento y la gran rival de otra superestrella decimonónica, Adelina Patti -aparte de ser considerada como el modelo de Christine Daaé, la protagonista femenina de la novela de Gaston Leroux El fantasma de la Ópera. Hamlet fue un éxito y pronto comenzó a representarse en los más importantes teatros del mundo.
Por supuesto, el Covent Garden londinense, donde suscitó las reticencias que ya se han mencionado más arriba, y después Nueva York, Viena, Berlín o San Petersburgo. Después, y a excepción de la escena de locura, grabada por toda soprano que se preciara o el brindis de Hamlet en el Acto II, la ópera cayó en el olvido, algo que se ha ido remediando en las tres últimas décadas, con la aparición de dos grabaciones integrales en estudio -y un DVD- y las representaciones en distintos teatros. Las más recientes las del Metropolitan de Nueva York, escenario donde como ya decía el sábado no se representaba desde finales del siglo XIX.
La reposición de Hamlet era una de las cosas que más me atraían de la presente temporada del teatro neoyorquino, pero al final se ha quedado en decepción. Primero, por los brutales cortes que se le han inflingido a la partitura. No veo demasiado sentido a presentar de esa manera una ópera que por tanto tiempo había estado ausente del Met. Por supuesto el ballet no estaba incluído, pero la escena de Ophélie también sufrió drásticos recortes. Segunda decepción: la ausencia de Natalie Dessay, que canceló todas las funciones de una producción que había surgido en torno a ella. La pobre Marlis Petersen tuvo que presentarse en el teatro sin apenas ensayos y componérselas como mejor supo… que fue bastante mal. Situaciones como esa han propiciado el surgimiento de carreras operísticas, pero dudo que sea el caso de esta soprano. Sí estuvieron correctos Simon Keenlyside y Jennifer Larmore como Hamlet y su madre la Reina, respectivamente, aunque la función no acabó de remontar. De James Morris mejor no decir nada. Después de tanta expectación, este Hamlet me dejó bastante fría. En la noche del estreno las iras del público se dirigieron, cómo no, contra la dirección de escena y también contra Louis Langrée, cuya labor en el foso no es nada del otro mundo, aunque no la veo tan abucheable.